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Otros cien años de soledad

  • Foto del escritor: Johan Andrés Paloma
    Johan Andrés Paloma
  • 19 mar
  • 2 Min. de lectura

Con gran impacto he recibido la noticia de la decisión del Congreso de la Ciudad de México con respecto al futuro de las corridas de toros en el Distrito Federal. La desnaturalización a la que se someten los festejos en una plaza icónica para la historia del país y del orbe taurino es deleznable y verdaderamente entristecedora: no más varas, banderillas, ni muerte, y hasta rayando en lo ridículo, mucha protección en los pitones de los toros.


A lo anterior se le suma la unanimidad con que fue aprobada la ley, cuestión que comprobó que los taurinos están total y absolutamente desamparados, sin representación política y con poquísima influencia, más allá de los tragos que se toman con los amigos vergonzantes de las cámaras legislativas. Así es que, puede haber un dictamen del estado del sistema democrático en los países hispanoamericanos: hay una tiranía del progresismo.


Donoso Cortés decía que la humanidad siempre va a estar sometida a las dictaduras, pero son los hombres, de acuerdo a las circunstancias, los que deciden de qué tipo; está en sus manos que se imponga el orden, el bien, la belleza, la virtud, la tradición o, por otro lado, la deconstrucción, la perversión, la decadencia, el mal, el brutalismo y el progreso.


Pero no es sólo el Distrito Federal el que prácticamente se ha quedado sin corridas de toros, ha sido también Quito, Caracas y Bogotá. No es sólo México donde las plazas se caen a pedazos y donde se marchita el toreo, es también en Venezuela, Ecuador y Colombia. La Hispanoamérica taurina vive un declive estruendoso mientras Europa la ignora, mientras pasa en soledad sus penas, en los arrabales de la historia.


La Fundación Toro de Lidia se ha centrado únicamente en Europa y su defensa universal, total, absoluta e imperiosa por la idea, casi platonica, del toro (europeo). Tambien las oportunidades para los toreros americanos en el viejo continente están obstruidas, complejizadas, casi que burocratizadas, todo mientras que en Hispanoamérica los toreros españoles y franceses cobran grandes tajadas de dólares, obtienen carteles con totalidad de extranjeros y consiguen cupos por doquier. El mundo del toreo, pareciera, se ha convertido en una carrera de salvase quién pueda.


Nos alegramos de España, Francia y Portugal y su auge mancomunado, pero nos consume de pena ver la situación de América y su ocaso, su cuerpo raquítico y sus toreros ofuscados. El tiempos se sigue llevando las almas, y las dificultades y la falta de unión, las ilusiones. La tauromaquia americana, como la anfictionia bolivariana, se salvará unida, sin esperar nada fuera de sus comarcas, pues ha vivido y vivirá otros cien años de soledad. Se hace necesario crear un gran aparato legítimo, eficaz, hispanoamericano que defienda sus tradiciones, sus plazas y a sus toreros.

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